Si Cádiz en el siglo XVII quiso regalarle a Dios una custodia de plata para el día del Corpus Christi y en el XIX un sepulcro de argénteo metal, en el XX, un grupo de entusiastas gaditanos hermanos de Medinaceli, quisieron regalarle al devoto Cautivo un paso de plata y marfil sin parangón alguno con los demás, que es la tercera joya de la ciudad.
Y nace la Esclavitud de Medinaceli, para darle culto a la copia de la emblemática imagen de Jesús Nazareno que se venera en Madrid y, para la ocasión, el matrimonio Campe, alma y vida de la cofradía, encargó a Miguel José Láinez Capote, la que sería su mejor obra y esa obra es el Jesús de Medinaceli que igual que el Nazareno, viernes tras viernes, recibe en Santa Cruz y derrama favores sobre la ciudad.
Sobre su paso de plata del orfebre Seco Velasco, una joya auténtica realizada entre los años 1957 a 1964, va el esbelto Medinaceli, amarrado, serio, distante. Su negra melena, se agita al aire de la madrugada y su rostro, negro como el azabache, mira escrutador a través del brillo de unos ojos iluminados por la luz de unos cirios que van encerrados en unos ricos faroles de plata.
Y detrás de Medinaceli, una cofradía cristífera cien por cien, va la hermosa y desesperada Virgen de la Trinidad, una dolorosa toda llanto y congoja que para la cofradía hizo Buiza en 1967.
Y cuando está Medinaceli en las calles, todo es silencio no impuesto pero si puesto por el pueblo que espectante, mira e intenta ver en el duro rostro del enérgico Cautivo esa misma mirada que cada uno ve cada viernes cuando se acerca a besarle el pie.
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