Foto: © Archivo CadizNet Detalle de la magistral imagen del Cristo de la Buena Muerte

Parece ser que nunca poseyó una cofradía que le diese culto y eran los fieles los que se encargaban de dárselo de forma privada con sus rezos y oraciones y tal vez, en las cuaresmas aquellas intensas de profundos ejercicios espirituales según la regla de San Ignacio, el Santo Cristo presidiese el altar mayor o fuese puesto a la veneración en la ceremonia tremenda de la adoración de la cruz, el Viernes Santo por la mañana, según la antigua liturgia.

Una pura controversia es la autoría de la imagen aún hoy después que los eruditos se lo adjudicaran, durante años, a Martínez Montañés, Alonso Cano, José de Arce, Felipe de Rivas y otros inmejorables maestros de la imaginería española. Y la sola adjudicación a estos maestros, ya dicen y alaban la magistral escultura que, en 1649, manda realizar el padre Alonso Suárez y por la que paga 300 ducados. Pero, ¿a quién...? No se sabe y ya va siendo cada vez más un enigma el autor del espléndido crucificado de la Buena Muerte, uno de los mejores Cristos muertos en la cruz que hay en Andalucía y en el resto de España. Patético, dramático, sin absurdos retorcimientos, sin barroquismos teatrales, sin la consabida y socorrida sangre exagerando una muerte estremecedora... En la Buena Muerte, todo está sujeto a un canon de belleza y de justeza exquisito. Ni nada sobra ni nada falta. Es el crucificado de la Buena Muerte un mensaje escultórico de elegancia, de belleza, de majestad, de sosiego. Es la mejor muerte escultorizada por la mano hábil de un imaginero enigmático de mediados del XVII...